Carta a un amigo

Querido Arponeu
¡Estás en la ciudad! Cuando recibí tu mensaje no pude contener la emoción. Hoy ha sido un día memorable. Raviolis de espinaca y ricotta en el argentino, cerveza y la maga. Mediodía de excepción y un canuto en casa a la hora de la siesta. Cena en Madame Jasmin con mucho vino y café. Y el duende abrazándome y yo sin darme cuenta. Bata de buatiné, Marsella, Café de las delicias y 68. Buena ruta. Final feliz en Apolo. Luego mi casa y mis manos frías como hielo y sus manos como melocotones recién cogidos. Por la mañana se marchará, como todos. Así que, en fin, ahora que sé que estás en la ciudad no te pido que me escribas, te pido que te tomes un café largo conmigo. Después de la luna llena de Enero iré a buscarte si sigo sin noticias. Sabes que el mar me dá miedo pero he conocido a un marinero que conoce todos los faros. Quizá me coja la mano y te busquemos juntos. No sé si es amor. Todavía. Pero algo es. Echo de menos las noches de mate y palabras lanzadas al viento. Hoy he recordado una noche en tu casa, en tu minúsculo piso, en el Raval. Hacía calor, era verano, creo... Nos tumbamos en el balcón. Me hiciste fotos mientras yo te escribia un poema a la carta. ¿Te acuerdas? El poema se perdió. Quizá tu lo guardaste. Lo olvidé. El vino era muy bueno pero caliente. Tambien recuerdo otra noche, cuando vivias en el Eixample. Tus manos descubriendo unos pechos de mujer. Risas. En fin. Espero noticias tuyas. Si no contestas no tendré más remedio que acercarme a tu casa y gritar tu nombre des de la calle. Y no me apetece.
Alma.

Chagall



Como un espejismo, aparecen las cosas en mi mente en el momento más inesperado. Chagall, por fin. La obra: paseo.

Mujeres y maletas

Pasé el fin de año en la casa de Pedro, en un pueblo cuyo mayor orgullo era un castillo medieval en venta, o eso predicaba un cartel fluorescente colgado en el patio de armas. No me acordé de gritar: TENERIFEEEEEEEEE. De todos modos, dar la vuelta a la manzana, todavía tragando uvas y gritando los viajes que se esperan, mueve algo. Quizá me muevo solita. Solita no. Ya no recuerdo mi último viaje a la isla. (Nuestra, tuya, mía). Mediterraneo, mi charquito y la islita que tanto amo. Cambié el rumbo, arrastrada por los acontecimientos. Hacia el oeste donde se pone el sol. Hacia el Sur. Cerquita de África. Necesito el sol sobre la piel y el mar, aunque océano frío como hielo y oscuro. Si me dás la mano soy capaz de volar como la chica del cuadro que soy incapaz de encontrar porque no recuerdo quien lo pintó. Jodida memória de pez. Jodida memória. ¿Soy o estoy? No tengo ni idea de lo que la vida significa. (va por tí)

Jugando al azar

Decido que hoy empieza algo.
Estoy empezando a perder la prisa que siempre ha andado detrás de mí mordiendome el culo como la sombra de un perro rabioso. Hoy empieza algo. La casualidad ha cruzado la calle al mismo tiempo que yo pero no me ha dado el regalo que me guarda. Emoción en el ensayo. Primera mirada a lo que va a ser. Va a ser. Eso seguro. Contar de 57 en adelante o que suene la música a todo trapo: Dumb. En el útero. 1993. ¿Puede la adolescencia ayudarme a comprender el suicidio?
Hoy cenar y echar de menos las tapas de Sevilla. Corre que te corre que te corre ¡que corra el aire! Y la puesta de sol invernal en Matalascañas. La libertad barriendo la melancolia, aunque ganó la batalla, perdió la guerra. El mar tragando Sol y yo queriendo tragarte.

Verano

Recuerdo de tu cielo. Pisando arena a ritmo de dromedário. Si abro los ojos dime que soy la reina del desierto, mirándome. Mírame, mírame mucho que yo quiero mirarte también.
Recuerdo tu cielo una vez. Crucé el desierto. Quise llegar a Mali y me quedé en Merzouga tomando whisky bereber. La arena empezó a silbar y el sirocco y la locura. Tu pañuelo y tus brazos y tus ojos verdes y tus dientes marcados. Todo. Todo me envolvía en la noche del desierto.
Tal vez. Siempre. Palabras perdidas pisando arena a ritmo de dromedário.

Mentir

Cada vez que alguien me pregunta mi nombre deseo mentir. Empezar a mentir y no parar nunca. Fabular. Inventar un nuevo nombre, una nueva vida. Mentir. Explicar cosas que no son ciertas y ser consciente de ello. Decir: estoy bien, me llamo Minerva, tengo 82 años. Si, si, has oído bien, lo que pasa es que me hago mascarillas con yogur, miel y levadura de cerveza. Cerveza. Decir: estoy fatal, me llamo Olivia, tengo 28 años, acabo de ser madre, parí una tortuguita que tiene tu cara y te echo de menos. Tambien puedo repetir mi nombre: Alma Vlaminck, hasta que este me parezca cierto y no sienta que miento al pronunciarlo. Pero: si yo no me llamara Alma de Vlaminck y me llamara, por ejemplo, Anna Fritz o Teresa Panero ¿Mentiria entonces al decir que me llamo Alma de Vlaminck, sin saber que no es cierto? Mentir. Y qué más dá mi nombre, y qué importan mis raíces, y por qué es tan importante decir la verdad...

El sueño de un Fauvista

Mi abuelo se llamaba Maurice de Vlaminck. Nada tenía que ver con el Maurice de Vlaminck del Salón de otoño de 1905, compartían nombre y sueño de juventud. Mi abuelo nació el 1 de Julio de 1903 en Montgeron: el dia y el lugar de salida del primer Tour de Francia. El ganador fue Maurice Garin. Mi abuelo pasó los primeros dias de su vida sin tener un nombre. Mi bisabuelo, un hombre oscuro del que nos han llegado cuentos repletos de supersticiones (aunque esta sea otra historia) quería que su hijo llevara el nombre del triunfador de la carrera, a modo de buen augurio. Y así se llamó mi abuelo, Maurice. El 28 de diciembre de 1937, moria Maurice Ravel en París y en Durango, nacía mi padre Maurice de Vlaminck. Mi abuelo Maurice, que de joven soñaba en ser ciclista, como el pintor, puso a mi padre el nombre de Maurice por Ravel y no por tradición familiar, como podría parecer. Cinco años antes del nacimiento de mi padre, mi abuelo había escuchado el Concierto en Sol de las manos del mismo Ravel acompañado por Marguerite long en una sala de conciertos en Ginebra y había quedado absolutamente consternado. La noche de la verbena de 1979 mi padre conoció a Júlia, mi madre. Él tenía 42 años, ella 19. Se amaron profunda y efímeramente. El 21 de marzo de 1980 moría mi abuelo Maurice, en Durango, mientras mi madre me traía al mundo, en Barcelona. Pasé los primeros días de mi vida sin tener un nombre. Maurice de Vlaminck, mi padre, dejó Durango después de la muerte de mi abuelo, para no volver a pisar nunca sus calles, y viajó a Barcelona. Allí se encontró con Júlia que paseaba empujando un carrito de bebé con su bebé sin nombre. Maurice le contó la muerte de su padre y los dos estuvieron de acuerdo en mi nombre: Alma de Vlaminck.

El Maestro y Bougival

Entre la jaula de las fieras y Bougival, me quedo en Bougival. Tarde de otoño en manga corta y en el sótano de la escuela, casi a modo clandestino, asisto a la masterclass (más bien tímido y preciso diálogo con alumnos) del Maestro y por primera vez estoy convencida de haber tomado el rumbo correcto: alejarme del academicismo y jugar. El Maestro explica la importancia del teatro de objetos en la formación del anti-ego del director o del actor (prefiero no hablar de destrucción del ego ni, de nada): cuando el canal de comunicació con el público está fuera de tu cuerpo, en un objeto, una marioneta, títere, puppet, el centro de tu yo está fuera de tí. Nadie queremos ser títeres, pero tratamos a nuestro cuerpo como la marioneta que encarna el ego que creamos para afrontarnos al vacío de la soledad. Pero el teatro es comunidad, no es necesario el egocentrismo para ser un individuo dentro de un grupo. No es necesario masificarse para ser grupo. Jugar. Eso sí. Confiar en la intuición e investigar.